Todo era un caos. Salí de trabajar tan rápido que ni siquiera me percaté de esa llovizna mansa y muda que caía sobre las cosas, humedeciéndolas en su silencio, pero haciéndose notar altanera y obsecuente.
Estaba tan apurado que no me molestaba como otras veces que los vidrios de los lentes se empañaran por el calor que despedían mis ojos contrastando con el frío irrespetuoso del aire que quemaba los pómulos y me hacía lagrimear desencadenando un llanto quedo y sin motivo.
Cuando por fin me percaté de mi apuro innecesario, mis pasos comenzaron a aminorar ese ritmo avasallante que no sabía cómo explicar, pero que sólo respondía a un presentimiento interno difícil de descifrar.
Era un fuerza interior mezcla de miedo, de ansiedad, de incertidumbre lo que me llevaba a apurar el paso y querer llegar urgente a mi casa… o mejor dicho…a “esa” casa donde iba todas las tardes cuando salía de trabajar.
Llegué un rato antes de lo acostumbrado, mis manos temblorosas no podían conciliar la llave con la cerradura, hasta que por último la monotonía de la rutina pudo más y abrí la puerta.
Todo el interior era oscuro, tenebroso, grotesco, frío. Recorrí la estancia más por costumbre que por saber por dónde estaba caminando, pero llegué a la otra punta. De lejos ya presentí el sillón de hamaca y casi de un salto me desplomé sobre él.
Comencé a hamacarme rítmicamente, pero con un ritmo suave, cadencioso, mi cuerpo comenzó a relajarse, mis oídos se fueron cerrando a los ruidos externos para comenzar a oír los sonidos del silencio que me rodeaba.
Debía seguir esperando, tal como decía la nota que me dejaran en la oficina ya hacía quince días. Estaba cumpliendo estrictamente con todo lo exigido en ella.
Desde ese tiempo que venía todas las tardes al salir de trabajar, me sentaba al oscuro en el sillón de hamaca y esperaba. Y así se fueron sucediendo los días, pero hoy no, hoy era el día marcado como el día final, pero, ¿cuál sería ese final?… aún no lo sabía.
Tampoco sabía quién me había dejado el recado, pero sí había notado que me seguían, que constataban si cumplía o no con lo exigido, y por supuesto que lo hacía, pues temía que de no hacerlo algo malo le pasaría a mi familia o a mí.
A veces sentía como que me estaban tocando, notaba el calor de otras manos sobre mi cuerpo, pero no alcanzaba a distinguir a nadie. Incluso llegué a pensar que mis neuronas no estaban funcionando como debiera ser.
En todos esos días que estuve sentado en la penumbra, mi mente casi adormecida, hacía una introspección de toda mi vida y de todos los momentos buenos y malos que había vivido.
Hacía tanto que no pensaba que me costó muchísimo concentrarme y reflexionar, pero por fin lo había logrado, ahora era un recurso que aprovechaba al máximo para ir viendo cómo mi interior y mis sentimientos habían ido evolucionando algunos, e involucionando otros con el transcurso de los años.
Realmente me asombró, asustó y asqueó ver que la involución casi había superado a la evolución, pues había pecado muchísimas veces de soberbia, de orgullo, de indiferencia, de autosuficiencia, y de muchas actitudes que no condecían con la forma en la que mis padres me habían criado.
Esto que notaba en mí era el fruto de haber vivido sin meditar y sin pensar en otra cosa que no fuera en mí mismo y realmente no me gustó.
Estaba pensando todo eso cuando mis ojos, ya acostumbrados a la oscuridad, descubrieron un papel sobre la chimenea. Corrí hacia él. Mis manos nerviosas no lograban abrirlo. Cuando por fin pude hacerlo, en su interior había una hoja donde decía…”Si te das por vencido en el invierno, habrás perdido la promesa de la primavera, la belleza del verano y la satisfacción del otoño”, quedé más desconcertado aún.
Qué significaban esas palabras?, ¿quién las había escrito?, ¿quién las había dejado ahí?, ¿qué debía hacer ahora?, y lo peor de todo es que me resultaban conocidas, pero no lograba darme cuenta cuándo las había leído anteriormente ni quién las había escrito.
La cabeza me dolía de tanto pensar.
De pronto, reflejos luminosos molestaban mis ojos…¿de dónde venía esa luz tan intensa?, ¿qué eran esos susurros?...¿por qué no podía moverme
Y así estaba, parecía que un hierro atenazaba mi espalda sintiendo cómo dolía cada centímetro de ella, que esa inamovilidad era real. Quería moverme pero no lograba hacerlo, traté de agitar los brazos pero los sentí atados cual marioneta a sus hilos.
Mi dolor y desesperación iban en aumento cuando de pronto una voz relajada y tranquilizadora que no sabía de dónde venía, comenzó a entrar por mis oídos y a llegar suavemente a mi cerebro.
Una mano se posó en la mía mientras comencé a oír que me decía…”tranquilo amigo, tranquilo,… ya pasó, ya pudimos operarlo, sólo nos queda esperar que los minutos corran pero le aseguro que estarán a su favor, la operación fue un éxito.
Lo que lo mantuvo vivo en estos quince días que estuvo en coma_ prosiguió, fue la fuerza de voluntad que puso en forma inconciente para nosotros pero bien conciente para usted. No es fácil revertir una situación como la suya, pero lo logró, sólo quedará entonces ir recuperándose”.
Ahora entendí porqué no debí dejarme vencer en el “invierno” de mi existencia, y era porque luego llegaría inevitablemente la primavera… y la vida me aportaría momentos para poder disfrutarlos de acuerdo a la estación que se me presentara y de acuerdo a esta nueva forma de verla, sentirla y vivirla.
Porque aprendí que no existe el futuro, pues el futuro que decía ayer ya dejó de serlo para ser el hoy, y éste en cualquier momento se me puede dar o quitar sin protocolos ni preámbulos, sin permisos ni concesiones.
Los ojos me pesaban y se me iban cerrando sin poder evitarlo.
La camilla recorría suavemente el camino hacia “esa casa” que desde hacía quince días la había tomado como mía, pero que hoy había dejado de serlo para pasar a ser en ella una mera visita que espera mansa pero impacientemente poder volver a “su” casa, habiendo entendido “que el único trecho que da el adelante es aquel que cubre nuestro pie extendido”.
Ya mis ojos se cerraron por completo, pero mi mente seguía funcionando biológicamente, a sabiendas de que la vida me había dado una segunda oportunidad y que debería aprovecharla en este juego cruel e interminable de vivir y evolucionar.
ZAIDENA-
No hay comentarios:
Publicar un comentario