jueves, 10 de diciembre de 2009

domingo, 6 de diciembre de 2009

El Bosque


El bosque guarda su asombro
ante tremenda belleza,
y el sol, besando las aguas
escucha de su pureza.

La mariposa aletea
sobre la flor perfumada
regalándole sus galas
cual corazón a su amada.

Y la brisa suave y fresca,
señora de estos lugares,
envuelve con sus suspiros
los recodos de estos lares.

Los trinos ya se agigantan,
los sonidos reaparecen,
y los ruidos se hacen eco
de esta enorme vida verde.

La perfección en sus formas
se muestra intacta y solemne,
el animal ahí no mata,
sólo conserva su especie.

Al nido ajeno respetan,
nadie intentará robarle,
cada cual tiene su casa,
y es del dueño… o es de nadie.

La droga no la conocen,
tampoco envidia y poderes,
cada cual se ocupa sólo
de lo que son sus deberes.

¿Y aún así menospreciamos
a nuestra madre natura?
Creemos ser importantes
¡ y somos pobres criaturas!

Hoy no respetamos a nadie,
nos rendimos a placeres,
cualquiera es todo un señor
si tiene plata y poderes.

Te matan brutalmente
porque miraste torcido,
te quitan las ilusiones,
los sueños, y lo vivido.

¡Y dicen que esto es vivir,
que es la vida, lo moderno!,
yo creo, sinceramente,
que es vivir en un infierno.

Extraño palabras dulces,
el paseo por el pueblo,
la puerta de casa abierta
sin cerrojo o carcelero.

Es mi sueño el de confiar
y pensar : ¡no hay sufrimientos!
pero a aquellos que gobiernan
no los mueve el sentimiento.

No quisiera despertar
y seguir viviendo esto.
Sólo ansío de una vez
vivir en un mundo honesto.

Y que el bosque no se asombre
ante tremenda belleza,
y el sol, besando las aguas
escuche de su pureza.

Zaidena- 28-11-2009

viernes, 13 de noviembre de 2009

LA PIEZA


Tenía nueve años y el coraje infinito que sólo da la falta de vivencias en la vida.

Es por eso que, haciendo caso omiso a los rumores que había mamado desde mi nacimiento relacionados con “la pieza”, estuve varios días agazapada estudiando todos los movimientos de la casa para poder descifrar quién tenía la llave de entrada a la misma y dónde estaba escondida.

En ella vivían mis abuelos. Desde siempre perteneció a la familia, y por conversaciones que se interrumpían drásticamente cuando llegaba o me aproximaba, había llegado a la conclusión de que algo pasaba relacionado con la misma, pero nadie me lo quería decir.

Además cada vez que inútilmente quería entrar en ella, los gritos de quien estaba más cerca coartaba mi impulso, recibiendo además una larga y bien estudiada reprimenda.

Entonces, cansada de tanto misterio, resolví develarlo personalmente.

Me fue difícil encontrar el escondite de la famosa y bien cuidada llave, pero lo logré por un descuido verbal de mi querida y recordada abuela Teresa, quien nunca supo de su indiscreción.

Ese día estuve demasiado nerviosa, a tal punto que las horas, otrora lerdas y monótonas, pasaban cual vuelo de águilas.

Y la noche llegó, y con ella los preparativos minuciosamente programados.

Me puse el pijama, saludé a todos y me acosté. Debajo de la almohada ya tenía la linterna.

Esperé ansiosa a que todos se acostaran. Mi corazón parecía un caballo desbocado corriendo por un prado. Tal eran los sonidos que producía y repercutían en mi adrenalina que circulaba a muchas revoluciones por segundos. Lo sentía latir en mi garganta y en mis sienes.

Cuando comprobé que todos dormían me levanté sigilosa y fui hasta la cocina a buscar la llave que estaba escondida detrás de un ladrillo flojo de la marlera donde mi abuela almacenaba el indispensable combustible para su estufa a leña.

Ya los latidos repercutían como bombos en mi cabeza, y al poner la llave muy despacito en la cerradura comenzó a erizarse mi espinilla haciéndome sentir una sensación que iba del calor al frío; del quedarme al huir.

Pero me quedé… y entré.

Todo era de una oscuridad absoluta. Prendí tímidamente la linterna y…¡me petrifiqué!...

Cerca de la ventana que daba al patio trasero, había una pequeña mesa, y detrás de ella, entre un humo verde que flotaba en casi toda la habitación estaba sentado un espectro con un turbante negro, en esa penumbra que sólo permitía que se notara su contorno por la iluminación que producían las velas que despedían un claro olor a incienso.

Comencé a desandar el camino recorrido calculando el lugar de la puerta que estaba a mis espaldas, con el sólo objeto de salir corriendo.

La figura se levantaba despacio, con una mano extendida hacia mí, que ya hasta había perdido la noción de quién era, y en su avance, con una voz ronca y gutural decía cosas ininteligibles, suplicando que fuera a su encuentro, aunque me parecía que lo único que quería era atraparme y llevarme con ella.

Cada vez estaba más cerca. Me parecía sentir su respiración caliente y putrefacta danzando sobre mi cara.

Mi mano, volcada hacia atrás, tomó el picaporte que, negándose a que lo pudiera abrir quemó intensa y profundamente mi piel.

Ya desmayaba. El terror producía un dolor tan intenso en mi pecho que creí que un infarto terminaría con mi corta vida.

De pronto sentí que me sacudían bruscamente. Abrí los ojos cargados de terror y ahí, sobre mí, encontré la cara dulce y hermosa de mi abuela.

Di un salto en la cama y la abracé tan fuerte que mi ímpetu desmedido le produjo mucha risa. Había venido a invitarme a desayunar, así que solamente calcé mis chinelas y fui tras ella dando gracias de haber despertado de ese terrible sueño.

Ya sentada, y mientras servía su siempre exquisito café, refunfuñó diciendo como todas las veces….¿a ver cómo están de limpias las manos?... las levanté rápida para mostrárselas, porque el aroma de ese brebaje me atrapaba, pero escuché que me decía…¿qué te pasó?...¿te quemaste?

Mientras la garganta se me cerraba nuevamente de susto miré mis manos y ahí, justo ahí, en la palma de una de ellas y como grabado a fuego estaba la marca irrefutable e inexplicable del picaporte de “la pieza”.

Zaidena- Noviembre 2009

miércoles, 14 de octubre de 2009

ADIOS


Estaba acostumbrada a tenerte, pero de pronto te fuiste.


Sólo dijiste que era por un tiempo… que no estabas seguro… que no habías vivido lo suficiente… ¡ y te fuiste!


En ese momento me apabullaron tus palabras, no le encontré el significado de lo que querían decir, me limité a entenderlas sin profundizarlas,… pero luego fui interpretándolas una a una.


¿Por qué necesitabas un tiempo?.... ¿tiempo para qué?, evidentemente “ya no me querías “, porque cuando uno quiere no necesita tiempos en soledad, sólo necesita horas compartidas con la persona amada.

A eso se suma que dijiste que : “no estabas seguro”… y me pregunto…¿seguro de qué?; sin lugar a dudas que entre líneas quisiste decir: “seguro de quererte”.


¡Que no habías vivido lo suficiente!.. ¿qué es lo que no habías vivido?, ¿no me habrás querido decir “que ya habías vivido demasiados días de tu vida conmigo?


Y así fui desmenuzando una a una todas tus excusas, y llegué a la conclusión de que no eran sólo palabras para romper nuestra relación; sino que realmente lo sentías, que estabas convencido de lo que decías, que te dabas cuenta de las palabras justas que empleabas, pero de lo que no te dabas cuenta era de lo más importante, “no te dabas cuenta de que ya no me amabas, o mejor dicho…. ¡que nunca me habías amado!


Conmigo estabas bien, te interesaba, tenías con quien salir, con quien compartir algunos problemas; con quien justificar tu hombría.


Quizá me querías, no lo dudo, pero tampoco dudo de que nunca me amaste.


Y aunque parezca extraño NO ME DUELE, me siento liberada, me parece que me comenzaron a crecer alas para poder surcar el cielo de la vida con el rumbo que yo quiera darle.


Al sol lo veo más brillante; a las flores con más colores, y el pecho me explota con ganas de decir que ahora sí yo también puedo encontrar al amor.

Pero al amor de verdad; a ese amor que no necesitará ni de plazos, ni de lejanías, ni de soledades. A ese amor que no se base en rutina, a ese amor que sea desde ahora y para siempre.


Y ese amor (yo también me di cuenta), ¡jamás lo encontraría en con vos!

A TI




Quisiera por vos cruzar las aguas
Que me separan de tu amor incierto,
Tocar tu cara con mis manos arduas
Por amores que no anclaron en mi puerto.

Quisiera por vos surcar los cielos
Y llegar volando hasta tu casa,
Llenar de pétalos tus suelos
E impregnarme de aromas y fragancias.

Quisiera por vos atravesar la roca
Para poder más rápido encontrarte,
Dar rienda suelta a mi mente loca
Y en tu boca suave con pasión besarte.

Quisiera que me quieras encendido,
Y que explores mis ríos y montañas,
Que recorras este cuerpo estremecido
¡y olvidemos juntos el mañana!

Zaidena 08-10-2008

domingo, 4 de octubre de 2009

LA SEGUNDA OPORTUNIDAD- Cuento corto


Todo era un caos. Salí de trabajar tan rápido que ni siquiera me percaté de esa llovizna mansa y muda que caía sobre las cosas, humedeciéndolas en su silencio, pero haciéndose notar altanera y obsecuente.

Estaba tan apurado que no me molestaba como otras veces que los vidrios de los lentes se empañaran por el calor que despedían mis ojos contrastando con el frío irrespetuoso del aire que quemaba los pómulos y me hacía lagrimear desencadenando un llanto quedo y sin motivo.

Cuando por fin me percaté de mi apuro innecesario, mis pasos comenzaron a aminorar ese ritmo avasallante que no sabía cómo explicar, pero que sólo respondía a un presentimiento interno difícil de descifrar.

Era un fuerza interior mezcla de miedo, de ansiedad, de incertidumbre lo que me llevaba a apurar el paso y querer llegar urgente a mi casa… o mejor dicho…a “esa” casa donde iba todas las tardes cuando salía de trabajar.

Llegué un rato antes de lo acostumbrado, mis manos temblorosas no podían conciliar la llave con la cerradura, hasta que por último la monotonía de la rutina pudo más y abrí la puerta.
Todo el interior era oscuro, tenebroso, grotesco, frío. Recorrí la estancia más por costumbre que por saber por dónde estaba caminando, pero llegué a la otra punta. De lejos ya presentí el sillón de hamaca y casi de un salto me desplomé sobre él.

Comencé a hamacarme rítmicamente, pero con un ritmo suave, cadencioso, mi cuerpo comenzó a relajarse, mis oídos se fueron cerrando a los ruidos externos para comenzar a oír los sonidos del silencio que me rodeaba.

Debía seguir esperando, tal como decía la nota que me dejaran en la oficina ya hacía quince días. Estaba cumpliendo estrictamente con todo lo exigido en ella.

Desde ese tiempo que venía todas las tardes al salir de trabajar, me sentaba al oscuro en el sillón de hamaca y esperaba. Y así se fueron sucediendo los días, pero hoy no, hoy era el día marcado como el día final, pero, ¿cuál sería ese final?… aún no lo sabía.

Tampoco sabía quién me había dejado el recado, pero sí había notado que me seguían, que constataban si cumplía o no con lo exigido, y por supuesto que lo hacía, pues temía que de no hacerlo algo malo le pasaría a mi familia o a mí.

A veces sentía como que me estaban tocando, notaba el calor de otras manos sobre mi cuerpo, pero no alcanzaba a distinguir a nadie. Incluso llegué a pensar que mis neuronas no estaban funcionando como debiera ser.

En todos esos días que estuve sentado en la penumbra, mi mente casi adormecida, hacía una introspección de toda mi vida y de todos los momentos buenos y malos que había vivido.

Hacía tanto que no pensaba que me costó muchísimo concentrarme y reflexionar, pero por fin lo había logrado, ahora era un recurso que aprovechaba al máximo para ir viendo cómo mi interior y mis sentimientos habían ido evolucionando algunos, e involucionando otros con el transcurso de los años.

Realmente me asombró, asustó y asqueó ver que la involución casi había superado a la evolución, pues había pecado muchísimas veces de soberbia, de orgullo, de indiferencia, de autosuficiencia, y de muchas actitudes que no condecían con la forma en la que mis padres me habían criado.

Esto que notaba en mí era el fruto de haber vivido sin meditar y sin pensar en otra cosa que no fuera en mí mismo y realmente no me gustó.

Estaba pensando todo eso cuando mis ojos, ya acostumbrados a la oscuridad, descubrieron un papel sobre la chimenea. Corrí hacia él. Mis manos nerviosas no lograban abrirlo. Cuando por fin pude hacerlo, en su interior había una hoja donde decía…”Si te das por vencido en el invierno, habrás perdido la promesa de la primavera, la belleza del verano y la satisfacción del otoño”, quedé más desconcertado aún.
Qué significaban esas palabras?, ¿quién las había escrito?, ¿quién las había dejado ahí?, ¿qué debía hacer ahora?, y lo peor de todo es que me resultaban conocidas, pero no lograba darme cuenta cuándo las había leído anteriormente ni quién las había escrito.

La cabeza me dolía de tanto pensar.

De pronto, reflejos luminosos molestaban mis ojos…¿de dónde venía esa luz tan intensa?, ¿qué eran esos susurros?...¿por qué no podía moverme

Y así estaba, parecía que un hierro atenazaba mi espalda sintiendo cómo dolía cada centímetro de ella, que esa inamovilidad era real. Quería moverme pero no lograba hacerlo, traté de agitar los brazos pero los sentí atados cual marioneta a sus hilos.

Mi dolor y desesperación iban en aumento cuando de pronto una voz relajada y tranquilizadora que no sabía de dónde venía, comenzó a entrar por mis oídos y a llegar suavemente a mi cerebro.
Una mano se posó en la mía mientras comencé a oír que me decía…”tranquilo amigo, tranquilo,… ya pasó, ya pudimos operarlo, sólo nos queda esperar que los minutos corran pero le aseguro que estarán a su favor, la operación fue un éxito.
Lo que lo mantuvo vivo en estos quince días que estuvo en coma_ prosiguió, fue la fuerza de voluntad que puso en forma inconciente para nosotros pero bien conciente para usted. No es fácil revertir una situación como la suya, pero lo logró, sólo quedará entonces ir recuperándose”.

Ahora entendí porqué no debí dejarme vencer en el “invierno” de mi existencia, y era porque luego llegaría inevitablemente la primavera… y la vida me aportaría momentos para poder disfrutarlos de acuerdo a la estación que se me presentara y de acuerdo a esta nueva forma de verla, sentirla y vivirla.

Porque aprendí que no existe el futuro, pues el futuro que decía ayer ya dejó de serlo para ser el hoy, y éste en cualquier momento se me puede dar o quitar sin protocolos ni preámbulos, sin permisos ni concesiones.

Los ojos me pesaban y se me iban cerrando sin poder evitarlo.

La camilla recorría suavemente el camino hacia “esa casa” que desde hacía quince días la había tomado como mía, pero que hoy había dejado de serlo para pasar a ser en ella una mera visita que espera mansa pero impacientemente poder volver a “su” casa, habiendo entendido “que el único trecho que da el adelante es aquel que cubre nuestro pie extendido”.

Ya mis ojos se cerraron por completo, pero mi mente seguía funcionando biológicamente, a sabiendas de que la vida me había dado una segunda oportunidad y que debería aprovecharla en este juego cruel e interminable de vivir y evolucionar.

ZAIDENA-

HIPOCRESIA


Mis dientes se hincaron
en la vida
para probarme
aferrada a ella,
mas de a poco
se fueron desgastando
y he quedado nuevamente
a la deriva.

Y hoy estoy
cual barco naufragando
en este inmenso mar
de hipocresías,
donde lo bueno es malo,
y lo malo…
es alevosía.

Y no puedo coordinar
alma con mente,
pues tengo
sensaciones encontradas,
pero la vida,
abrupta e inclemente,
no entiende
mis canciones y baladas.

Y así vivo.
Por cuidar la imagen,
amo al que no debo,
no quiero a quien me quiere,
y engañando a mis sentidos
me pongo más caretas,
y me siento
con risas que son falsas,
sin rumbos y sin metas.

ZAIDENA- 30-05-09